sábado, 30 de abril de 2011

El Abuelo

El primero de mis cuentos de terror. !Espero que les guste! pronto redactaré más.



Es el seno familiar la cuna de la personalidad, aunque al crecer fuese a cambiar, en el núcleo del hogar se erigen los valores, sentimientos e ideales que moldean a un ser humano. Se supone que en una familia debe siempre reinar el respeto, la paz y el amor abnegado e incondicional de todas las partes que integran el seno. Más tan putrefacto se halla el mundo, que mucho de esto cambia.

Vivía sólo con  mi abuelo, un hombre viejo y acabado de personalidad chocante, que apenas podía sostenerse aún con sus propios pies. Mis padres se separaron cuando era muy pequeño, lo que queda de mi padre se casó y tuvo una nueva familia, por la cual fui sustituido. Mi madre siempre muy ocupada, tuvo que mudarse al exterior por razones de trabajo, pero ciertas aventuras la hicieron quedarse, hasta el momento, cinco años más de lo que debía. Quedé bajo la tutela y cuidado entonces de mi abuelo paterno.

En mi corazón guardaba aún el ardoroso afán de amar a los de mi propia sangre, de compartir una feliz vida familiar, al lado de lo que me quedaba de familia, mi abuelo. Mas en respuesta de aquel inocente deseo, sólo obtuve desprecio. Era algo así como el humillado esclavo personal de mi abuelo, y era objeto de su entretenimiento en las tardes. Cuando se aburría iba hasta dónde estuviera para esperar que hiciese algo y bañarme en insultos e indulgencias.

-ERES UN INÚTIL, ¡BUENO PARA NADA! PÁRATE DE AHÍ Y BÚSCAME UN VASO DE AGUA, MUERO DE SED… ¡MUÉVETE!... VAYA QUE ERES UN COSTAL DE MIERDA- solía decirme entre gritos las tardes tranquilas, esas dónde cualquier otra familia tomaría café en unión. -PEDAZO INSERVIBLE DE MIERDA, ¡HAZ LO QUE TE DIGO!... BASURA- Éste era el día a día de mi grandiosa convivencia familiar, y, no les puedo negar que desde muy pequeño… lo odié profundamente.

Odiar… es una palabra muy fuerte, considero yo, quién soy sólo ahora un pobre despojo de ser, un chiste de lo que una vez fui, sombra amorfa de lo que debí ser. Los sentimientos no los creamos, nacen, crecen y abarcan la totalidad del alma, y en ocasiones, los sentimientos fuertes y oscuros nos llevan a cometer actos de impulso no premeditados. Acciones que nos marcan de por vida.

Era una tarde muy tranquila y hermosa, el silencio de mi antecedente se había extendido toda la mañana y parte de la tarde, mis días felices eran cuándo él no abría la boca para injuriar sobre mí. Bastaba con regocijarme en la paz para que apareciera a mis espaldas su semblante, su maldita presencia, su pútrida aura. Yo permanecí en silencio, nunca, nunca respondía ante lo que mi abuelo decía.

-Inservible basura infeliz, ve dónde estás sin hacer nada por esta casa y por mí. Sal a buscarte otro trabajo, en vez de quedarte allí postrado cual bosta fresca en tu tiempo libre- me dijo en una mezcolanza burlona y amenazadora, en un silencioso hincapié de resentimiento que hizo hervir mi sangre hasta casi calcinar mis venas. Quedé en silencio.

Esa noche, como de costumbre, tuve que llenar su tina para bañarse, prepararle la cena y llevársela al cuarto. No importaba el esfuerzo y el esbozo bizarro de cariño con el que intentaba hacer las cosas para gradarle, siempre debía él exaltar algún defecto para a continuación, recordarme sus más hirientes insultos.

Lo odiaba… lo odiaba profundamente, y a la vez una pesada tristeza me abatía por guardar tan rencoroso y oscuro sentimiento hacía el padre de mi padre. Pero, ¿qué podía hacer? La semilla del odio, hace años plantada, cual maleza ahora germinada cubría toda la extensión de mi alma y corazón. Y esa noche… oh, esa tranquila noche del solitario octubre… lo maté.

Obnubilado en mi rencor, burlábase el desespero del perdón, el bufón de odio reía ante el despojo del amor y los valores que alguna vez albergué. Esa noche estábamos solos mi ofuscada ira, mi abuelo y yo. Abrí con sigilo la puerta, hallábase ahí tendido sobre la tina llena de agua,  el aborto de un cariñoso abuelo, con los ojos cerrados y relajados. Su envejecido y desecho cuerpo poco pudo hacer cuando abalancé mis manos sobre su arrugado y fétido cuello, hundiendo su cabeza bajo el agua; decidiendo el sadismo del odio en mi cabeza si ahorcarlo o ahogarlo, a lo cual sabiamente escogí ambas. Su forcejeo fue totalmente inútil ante mi jovial fuerza, con la cual aplaste su maldito semblante hasta que la vida se le escapó de sus ojos, y dejó de respirar y su corazón dejó de latir. Ahogado en la tibia agua de su baño especial, que con tanta dedicación para él preparé.

Envolví en una bolsa negra el cadáver, que monté en mi carro. Me dirigí a un terreno baldío, que la ignorancia del pueblo había usado como basurero alternativo. Aunque no parecía el relleno sanitario de la ciudad, pasaba con facilidad como uno. Arrastré el sucio y maldito cadáver sin vida hasta un hervidero de buitres y cuervos, dónde lo arrojé muy encantado y satisfactoriamente. Pocos minutos bastaron para que el hambre por lo podrido despertara en estos animales de la muerte y empezaran a devorar el cuerpo de mi abuelo. Subí a mi vehículo y volví tranquilo a mi casa, en paz.

Pasaron los días en la casa que ahora me pertenecía, oh Dios mío, ¡cuánta paz sentí! Nadie preguntó por mi abuelo, sólo yo recordaba que aún seguía vivo y para ese entonces, sólo debían quedar huesos quebrantados de osteoporosis y artritis, tirados en aquel mugriento basurero sumido en desechos, donde nadie encontraría sus restos devorados por el hambre de las bestias de la muerte.

Increíblemente, los primeros días no sentí remordimiento alguno, dormía en paz y empezaba a llevar una vida más alegre y despreocupada. ¡Qué agradable tranquilidad y gozo llena mi alma! Profunda sumida en la paz que me trajo la muerte del despreciable que envenenaba mi vida. Más el débil eco lejano de la conciencia dejaba escucharse en las solitarias y tranquilas tardes que había heredado de la muerte de su abuelo. -¡patrañas!- pensó- absurda idea por mi inocencia concebida- y escondió entre regocijo de felicidad aquellas voces que empezaban de a poco a llegar.

Una noche, tan oscura como aquella en que procedí con gusto a dar muerte a mi antecesor, decidí irónicamente bañarme en la tina donde durmió en paz. Preparé un baño tibio de burbujas para darme un lujo entre mi ya perfecta vida. Sentía que nunca podía haber vivido en tanta paz, ¡oh! Cuanta excelsa, perfecta y ¿y por qué no? perpetua paz.

Desnudo me entregué al placentero tacto del agua tibia. Pasé largos minutos en mí relajada meditación hasta que entonces, escuché algo muy extraño fuera de la puerta del baño: oía una especie de susurro amortiguado, callando cada cierto momento interrumpido por intervalos de silencio secos. Decidí no prestar atención y volví a sumergirme en mi mundo de perfecta paz. Habían pasado, calculo, unos 15 minutos cuando el entrecerrar de mis ojos devalaba el sueño que empezaba apoderarse de mí, antes de que un nuevo ruido se escuchara esta vez, un golpe metálico y pesado que sonaba en seco. Dejé escapar un escalofrío que violento arañó me espalda. Intentaba convencerme de que no había oído lo que creía haber oído… pero era un sonido tan característico que era imposible confundirle con algo más: o era verdad o estaba volviéndose loco, pues el sonido del seguro de la puerta principal pasándose hasta quedar con llave, lo llevaba oyendo desde muy pequeño. La cerradura principal de la casa dónde vivía sólo, se había cerrado.

Me incorporé de repente, tomé una toalla, me seque para luego ajustarla en mi cintura, con el fin de salir a ver que había generado aquel sonido, luego de haber drenado la tina. Era imposible haberlo oído, sólo yo tenía llaves de la casa y vivía sólo. Luego comprendí el error: si la cerradura se cerró, era porque accidentalmente la había dejado abierta. ¡Qué estúpido fui! El miedo se apoderó de mí instantáneamente, pues debió haber sido algún intruso es busca de mis pertenencias. Me escabullí con cuidado en mi cuarto, cerré con seguro para colocarme mi pantalón ir a ver que encontraba. Tomé mi teléfono celular y llamé al número de emergencias y di la alerta de que alguien había entrado en mi casa, a altas horas de la noche. Luego busqué un revólver que, a pesar de viejo, aún tenía muy bien cuidado; lo cargué hasta llenarlo y me dispuse a salir a enfrentar al intruso.

Revisé primero el piso de arriba sin hacer sonido alguno en mi búsqueda; escudriñe en cada rincón, cada habitación, cada posible escondite: nada. Caí entonces en cuenta de que mi malintencionado visitante, hallábase en el piso inferior haciéndose con su botín. Apuntando de frente mi revólver empecé a bajar los escalones, uno por uno, con suma precaución para evitar ser detectado pues podía disfrutar del factor sorpresa en mi defensa. Me asomé con cuidado a la cocina, no encontré nada. Con cuidado busque en la sala, la cual encontré desierta; sólo quedaban el baño y el lavandero. Abrí con cuidado la puerta del baño, dónde solo encontré un solitario inodoro. –En el lavandero… debió haberme escuchado y fue a esconderse hasta allá- pensé, sequé mi frente y me armé de valor para dirigirme hacia el lavandero, el cuál asedié con total agilidad siempre apuntando en mi frente. -¡No se mueva o le abro a cabeza de un tiro!- grité mientras le quitaba el seguro al revólver, dispuesto a disparar sin esperar muchas explicaciones de mi asaltante. Mas sólo logré amenazar al vació de la nada, pues el lavandero estaba completamente desolado.

Era imposible. No había pasado mucho tiempo desde que oí la cerradura cerrarse. Fui hasta la puerta originaria del sonido espeluznante, y efectivamente la encontré cerrada. Lo que me llevó a sacar una nueva conclusión: el maleante había entrado para robar las llaves y luego escapó con ellas, quizás para buscar más apoyo. Estaba muy asustado, alguien había hurtado el único juego de llaves que poseía y quizás había marchado para buscar ayuda. Me encontraba marcando el número de emergencias cuando oí un golpe en madera seca -pasos- dije en voz casi imperceptible.

Sentí congelar la sangre en mis venas. Empuñé de nuevo mi arma y subí despacio; cuando estuve en el último escalón oí el gemir de una puerta que conocía muy bien. Ya había revisado el cuarto antes de bajar, pero en ese momento había oído sonar la puerta de la habitación donde solía pernoctar el viejo que desgracio mi vida. Atónito ante aquel extraño sonido me dirigí (siempre apuntando) hacia la puerta sospechosa y noté que estaba abierta en su totalidad, con las luces apagadas, cuando recordaba perfectamente hace pocos minutos haberla dejado bien cerrada después de inspeccionarla en busca del ladrón.

Sentí tan espantoso sentimiento que no pude evitar dejar escapar en un tembloroso suspiro. Intentaba quitarme a mi abuelo de la cabeza, pero muchas ideas tenebrosas empezaban a abarcar mi mente a tropeles. No había más nadie en la casa, de eso estaba completamente seguro y esa razón dejaba germinar escalofriantes concepciones en mi cabeza. ¿Podría acaso ser, la mismísima presencia de mi abuelo quién perturbaba enfermo mi noche? ¡No podía dejarme pensar eso! Sin embargo pronto entendí que no podía encontrar otra explicación: ¿Qué malhechor entra a una casa y se va sin sustraer nada? Mientras más quería que todo careciese de sentido, mas piezas encajaban en el rompecabezas.

Mi corazón se detuvo en un instante casi infartico cuando, en el pavoroso silencio de aquella tétrica noche, escuché ruidos intensos dentro de la habitación de mi difunto abuelo, como de golpes secos al azar en un caótico desorden repetitivo. En ese momento, del interior del cuarto un muy sonoro, tétrico y desalmado alarido horroroso se dejó oír cual grito de una torturada alma en pena hasta el último rincón de la casa. El espeluznante chillido desgarrador entumeció mi cuerpo mientras el helado sudor bajaba por mi cuello; me encontré temblando como una gelatina entumecida, cual sufrido de Parkinson crónico. El miedo devoró mi mente.

-Q... q... ¿quién está ahí?- pregunté despavorido, apenas pudiendo articular las últimas palabras de una conciencia razonable que buscaba huir de todo aquel misterioso horror. Seguí oyendo ruidos extraños, estaba paralizado. Por un momento todos los ruidos calmaron. Seguía aun incapaz de moverme, anclado al piso por tan recio temor.

Logré reaccionar y decidí de inmediato actuar. Al entrar y encender la luz, desee no haberlo hecho nunca.

Una gran ventana abierta de par en par dejaba pasar la luz de la noche hasta yacer al regazo del colchón de la habitación, donde unos seis o siete buitres de inmenso tamaño se hallaban postrados en la cama donde solía acostarse en vida mi abuelo, su peste delataba muerte y putrefacción. Ante mi presencia los buitres se erguieron en toda su contextura extendiendo sus alas, otros alzaron vuelo dentro de la propia habitación, emitiendo cánticos enfermos de locura y de aliento hediondo de muerte, y fue cuando las insanas aves se descontrolaron que dejaron ver el resto de la escena: cada una tenía entre sus sucias garras huesos humanos, pude distinguir huesos de la pierna, costillas, del brazo, una media columna vertebral y por último, más enfermo, mortuorio, oscuro y escalofriante, un buitre en mórbido silencio postrado en el espaldar de la cama dejó caer soberbio una amarillenta y agrietada calavera sobre la almohada, dónde una vez reposó en vida su cabeza mi difunto abuelo, mi asesinado abuelo.

Parecía una maldición. ¿Era acaso todo aquello obra del alma maldita de rencor de mi abuelo? El buitre que había permanecido en un intranquilo y enfermo silencio tuvo un acceso de demencia descontrolada que lo obligo a emitir horridos alaridos mientras batía sus alas para alzar vuelo en dirección mía. Estaba tan paralizado del miedo que no pude levantar el arma para disparar a tiempo, cuando estuve listo era muy tarde y un par de sucias garras, impregnadas en putrefacción, apuñalaron mis ojos hasta vaciarlos y arrebatarme la vista. Caí de espaldas y perdí mi revolver. El dolor era lo más horrible que había experimentado en mi vida, sólo podía sentir con horror, como tocaba las cuencas vacías de mis ojos. Gatee desesperado pero sentí incrustar profundamente otro juego de filosas garras en mi espalda, mientras sentía como si un psicópata estuviese agujereando y arrancando pedazos de carne de mis piernas. Nadie escuchó mis gritos de auxilio, ahogados entre el los gritos sádicos y desgarradores de aquellos emisarios de la misma muerte. Comían de mis órganos internos como si fuese yo el festín más jugoso que nunca hubiesen probado, o como si no hubiesen comido en meses y calmaban toda su voraz hambre en un brutal descuartizar de mi propio cuerpo.

En mi último aliento de lucha a ciegas contra estas bestias, cuando ya el dolor y la vida fluía fuera de mi cuerpo junto toda mi sangre, moví mi brazo para intentar alcanzar el arma y fui a dar con el bolsillo de mi pantalón. Ahí estaban mis llaves, hurtadas sólo por la locura en mi cabeza a raíz de todo lo que fue, el preludio de mi muerte. En el último exhalar de mi vida, cuando me entregaba al infierno de la muerte, logré oír una voz que termino de despojarme de mi alma:

-Bienvenido a la muerte, ¡gran pedazo de mierda oportunista!- Oí decir a mi abuelo antes de quedar hecho tirones deformes de carne pegada al puro hueso.


martes, 26 de abril de 2011

Un Corazón Vacío

Empiezo a explorar los campos de la escritura de cuentos cortos. Empece con "23 de diciembre" y aquí traigo un material nuevo de tipo cuento. Esta vez algo mas triste y trágico. Dedicado a los lectores de Poe y Lovecraft.



Siempre lo he tenido todo: una familia excepcional y entregada a darme lo mejor, una madre abnegada de amor, de hermosa mirada y de tiernas caricias. Tengo amigos incondicionales que llenan de felicidad invaluable mi vida. Vivo en un hermoso hogar con una posición económica muy cómoda y disfruto de mi propio vehículo. Trabajo arduamente todos los días, y casi logro sentir en mis manos mi diploma universitario. Gozo del aliento de la juventud en su total plenitud, toco en una banda de Rock N’ Roll, ¡amo con locura la música y ella me llena como nada! Bien puedo tener a la orden de mi deseo la ingle inquieta de alguna Afrodita en busca de amor, aunque malgastase el  mío en una caricia desesperada. Lo tengo todo, una vida perfecta.

Paso mis fines de semana tocando y saliendo con mis amigos. Nunca tuve prejuicios con las drogas, de hecho, siempre amé beber alcohol, par de cigarros y fumar cannabis muy a menudo. Me llenaba de satisfacción hacer lo correcto, y disfrutaba como nadie lo “incorrecto” (visto desde un punto de vista social). Los excesos nunca intervinieron en mi trabajo o estudios, mi vida tenía un equilibrio perfecto entre diversión y responsabilidades. Tenía, repito, una vida perfecta, una que cualquiera envidiaría.

Sí… tenía una vida perfecta, pero cada momento, cada segundo en mi cabeza, el ruidoso llanto de la amargura irrumpía en mi felicidad. Cada día era más hermoso que el anterior, más vivo que el ayer y sin embargo, la tristeza envenenaba mi corazón, y casi podía sentir como se pudría lentamente en vida, latiendo con dificultad. Me inventaba excusas para dejar de sufrir, pero hacía ya mucho tiempo que mi guitarra había olvidado como calmar mis penas. Pasaba días al fuego de la brasa del alcohol, y en la psicodelia del cannabis. Me medique amistad, bebí del amor y me inundé de éxitos. Pero nada, nada logró calmar mi corazón, ardiendo en ferviente tormento.

Sólo delirio hallé en mi cabeza, buscando encontrar la solución. “¿Por qué? ¿Por qué me abrumo en tanto sufrir, si todo lo tengo?” pregunté sumido en desespero a la nada dentro de mi cabeza… y sólo el eco del silencio me respondió. Oigo en ocasiones muy seguidas, voces en mi cabeza que en tortuoso tormento me gritan y se burlan una y otra vez, manejando a su antojo mis emociones, vomitando injurias en mi corazón… ¡tendido de rodillas al capricho de la desdicha! que mórbida y despiadada ultraja mi alma.

¿Qué he hecho? ¿Qué mal he obrado para merecerme tanto sufrir? Oscura maldición, sangriento estigma en mi corazón. De tanto luchar conmigo mismo y pelear con la tortura, en desesperado intento de hallar tregua a tan profundo dolor, hace días ya que la razón tiró la toalla y se marchó, derrotada por el incomprensible sadismo de esta pena que sólo me hunde mas en melancolía.

La jeringa a mi lado ensangrentada, me libertó de mi dolor. El veneno carcome ya mis venas mientras escribo esta carta; pronto el llanto de mi dolor cesará por fin, y nunca más volveré a sufrir. Disculpen mi egoísmo por marcharme, pero su dolor será pasajero y vivirán felizmente en la dicha, sin la condena de sufrir como yo sufrí en vida. Siempre lo tuve todo, una vida perfecta… pero este oscuro vacío en mi corazón ennegreció mi alma, y la locura violó mi razón. Atrapado en esta tortuosa maraña, en la muerte buscaré la razón.

Hasta luego, si en la muerte te vuelvo a ver. En el centro de mi dolorosa locura, con fervor te amé.