martes, 1 de enero de 2013

El pacto de tus labios.


Arropado de la sábana tibia
que es tu piel, tostada de Angostura
A miradas escribimos amores
Y en silencio, gritamos pasiones

Cánticos dulces al oído susurran
Y en mágica hipnosis, deliramos
se besan tus labios y el deseo
Se besan tus miedos y los míos.

Aprieto entonces, fuerte, tu cuerpo
Y lo vuelvo uno con mi ser
Olvidemos, amor mío, el ayer
Desde allí, pueden los miedos ver.

Te vuelves mi sombra, a contra luz
recita pasiones tu rostro cercano
me dice que aún nos pertenecemos
Como en cada beso, así lo pactamos.


domingo, 28 de octubre de 2012

Dama de plata.


Besa con pasión la luna el horizonte,
menguante vestida de plata.

Intenso fulgor,  la eterna sonrisa del cielo.
Antiquísimo espejo de belleza,
de olvido e indolencia, contaminado.

Sonríe, dama de plata
Alta, elegante en el cielo
De árboles y luciérnagas adornada

Decora tu vestido de gala
Las lentejuelas del firmamento
Canta el susurro de la montaña
serenata a tu bello rostro
Danzan luces por doquier
Llenando de luz, tu anochecer.


jueves, 25 de octubre de 2012

Voces en mi delirio

Ella me llama, y la escucho. En el penetrante silencio, su recuerdo se hace escuchar a través de ecos distantes de ésta dimensión.  Más sin embargo, citar al recuerdo no es lo único que está allí, vociferando pasiones en el silencio para el ego, inaudible.

Hadas, quizás almas; entes y momentos dueños de voces que entonan corales de emociones, sinfonías de pasiones. Cada voz por su lado, y a la vez en un perfecto cantico unísono, en excelsa armonía con las escalas del universo.

También cantan, en mi delirante mundo, las voces del miedo y los prejuicios, las excusas y los preceptos. ¡Cuánto escándalo, adoran los egos hacer al vociferar! Pues siempre buscan, desesperados, ensordecer el alma y hacerla ignorar la frecuencia melódica de éste infinito existir.

Aquí abandonado en lo infinito de mis mundos internos, encadenado al ego que nubla mi razón; aún se siente la chispa que ilumina desde lo más profundo y sabio de nuestro verdadero ser.

La frialdad de éste mundo concretizado, digitalizado, sistematizado; hace tiritar de pánico.



miércoles, 3 de octubre de 2012

Pueblo de Carmesí

Recurro de nuevo al terror, en mi soberbio afán de inmortalizar el sufrimiento, la pasión que entrega por completo el humano al sentimiento.


Aparenta eternidad la noche, con su incesante sollozo cayendo y anidando en su piel, cual lágrimas del alma afligida por el más profundo de los dolores: el sufrimiento al reconocerse ignorante de sí.

Merodeaba su alma, en algún lugar bajo el cielo nocturno de mayo, atada por razón alguna al cuerpo que yacía allí, tiritando de frío al borde del diminuto puente, parte de la única calle aparentemente planificada del plácido y misterioso pueblito, cuyo nombre se extravió en los ecos del tiempo. Allí respiraba aún el magullado cuerpo de aquel pobre loco que hasta su nombre olvidó: el Alzheimer le arrancó su realidad, y la esquizofrenia le obsequio una a cambio.

El torrencial diluvio acribillaba su piel y sentidos, pero él no se movía un centímetro. Concurrentemente trataba excavar recuerdos, descubrir pasiones y explorar ese pasado que ahí quedó, en restos de miseria. No recordaba siquiera cómo había llegado a tan particular y hermoso pueblo, caserío ignorante del ego citadino de la avaricia, perdido entre valles, desnuda de centros comerciales.

Trataba allí al borde del río, construir o re-hacer su psique, revivir si yo, y hasta quizás darse un nombre. Pero gracias a, tal vez un bondadoso olvido (que aún le obsequiaba destellos de raciocinio), o algún morboso Alzheimer  (que disfrutaba ver como la maldición del olvido perpetuo mellaba su razón), alimentado a su vez por la esquizofrenia que poco a poco lo envenenaba; lograba solo disparatar en su desesperado intento de volver en sí.

Por algún milagro, irónicamente divino, quizás; aún recordaba su bien nutrido castellano:

-¡Por el pecho que aún me late, no lo haré!- exclamó, sin pensar siquiera en el significado común de las palabras,  al fin y al cabo para él su delirado diálogo no era más que un debate por su olvidado recuerdo.

-¡Diosito! ¡Santa virgencita! ¡Protege a tus protectores!- Divagaban sus palabras fuera de razón lógica, aunque para él, quizás se debatía:

-Me llamaré fulano… ¡O quizás mengano!-

De repente, allí en el abandono y la soledad, empezó a escampar; y conforme callaba el ruido del diluvio, empezó a oír lo que había sido enmudecido por la lluvia. Alguna puerta antigua del pueblo, abriéndose. Voces en la cercanía.

El hambre, era por lógica el desayuno. El almuerzo se había extinguido de su memoria. La cena, quizás por santa providencia burlona, le era dada siempre por un amable anciano del pueblo, responsable de que aún siguiera con vida en semejante infierno de morir vivo.

El silencio intruso le hizo sentir su estómago arder; pero aun así, él nunca se movió de su lugar.

Entre sus más particulares y horridas, y por supuesto, espantosas dolencias de la mente. Recibía destellos de razón, lógica y recuerdos, que acudían justo al momento del apogeo del delirio… Situación indeseable: sentir el azote de la locura, domado de consciencia y razón.

El hambre, despiadada, le pasaba factura. En estos momentos tortuosos de locura y razón, solía rezar por su muerte: laceraba sus rodillas al asfalto, implorando justicia divina ante su sufrir, su incomprendido, mórbido y eterno dolor.

Ningún Dios respondió entonces sus plegarias, La impotencia manó por sus mugrientas cuencas, bañando una mueca de profundo desespero.

(El reloj de la catedral marcaba las 9:50pm, su cena era a las 10:00pm)

-¡Hoy no voy a llorar!- Vociferó, calladito al silencio - ¿Por qué llorar, si está tan trillado? Hoy mi llanto brota de mi garganta, de mi estómago, de mis manos, de mi sufrir- La voces en su cabeza, trataron de callarlo, pero él, en el apogeo de ese destello de razón transformado en luz, se paró bruscamente del puente y gritó su desdicha al vacío frente a él:

-¡Maldigo mi vida, viviendo ignorante de mí! ¡Maldigo a los dioses, quienes nunca fulminaron mi existencia! ¡MALDIGO AL ANCIANO QUE ME MANTIENE CON VIDA!

Y entonces su aliento, ante la fascinación de su descubrimiento, ipso facto se detuvo.

El anciano…

Entonces lo entendió, bajo un efímero destello de raciocinio: ha sobrevivido el abandono, la indigencia, riñas, la misma locura, siempre por el bondadoso acto de aquel noble anciano, que preparaba a diario cena para aquel pobre loco, dejado de la mano de Dios. Pues si el anciano lo mantenía aún en ese infierno de vida, todo debía ser treta de algún demonio ¿no?

9:58. La campana de las 10:00 solía anunciarle otro bocado de vida.

Las manos le temblaban, su ilógica decisión se afianza más en su profundo deseo de abandonar el sufrimiento de esta vida, y a las 10:00 Post Meridian tiene cita con el infortunio de continuar vivo.

Entonces pasó: La primera de las diez campanadas sonó. Las campanas del infierno.

Fue como si un péndulo su psique, una rara especie de hipnosis, que avivaba el instinto de supervivencia del desdichado, quien bajo los efectos del peculiar trance empezó a caminar en dirección a su instinto.

Su paso era firme, toda aquella idea pensada ANTES de las campanadas, había quedado profundamente sembrada en el subconsciente del demente, más todo recuerdo del estado conscientes se perdió en el agujero negro que devora todos sus recuerdos.

En su conciencia esclavizada a la esquizofrenia apoteósica, no había planes ni sufrires. Era ignorante del subconsciente.

Un bocado de suculenta carne a la parrilla despertó a nuestro soñador de su trance. Sentado en una esquina, devoraba su cena con increíble deleite y pasión.

Había aprendido a vivir con las voces en su cabeza, nacidas de la enferma nada. Él sólo comía, ignorando a sus demonios. No sabía exactamente por qué, pero se sentía con menos pesar, cual quién se despoja de sus hombros (o su consciencia) un terrible peso extra.

Atribuyó sus ropas, cara, manos y cuerpo, empapados en abundante y espesa sangre tibia aún, a sus olvidados modales para comer. Fue capaz también de ignorar los profundos gritos, llantos, maldiciones y tantos ¿por qué? Vociferados del grupo de confusión y dolor alrededor de un lago profundo y extenso de sangre, maquillando de carmesí justicia la cara de aquel caserío cuyo nombre, el tiempo y el viento borraron.

Entonces, a nuestra alma penando en carne le invadió una extraña sensación, quizás atribuida al puro delirio:
Sabía que no volvería a comer nunca más. Era feliz.

(Historia basada en hechos reales)




sábado, 30 de abril de 2011

El Abuelo

El primero de mis cuentos de terror. !Espero que les guste! pronto redactaré más.



Es el seno familiar la cuna de la personalidad, aunque al crecer fuese a cambiar, en el núcleo del hogar se erigen los valores, sentimientos e ideales que moldean a un ser humano. Se supone que en una familia debe siempre reinar el respeto, la paz y el amor abnegado e incondicional de todas las partes que integran el seno. Más tan putrefacto se halla el mundo, que mucho de esto cambia.

Vivía sólo con  mi abuelo, un hombre viejo y acabado de personalidad chocante, que apenas podía sostenerse aún con sus propios pies. Mis padres se separaron cuando era muy pequeño, lo que queda de mi padre se casó y tuvo una nueva familia, por la cual fui sustituido. Mi madre siempre muy ocupada, tuvo que mudarse al exterior por razones de trabajo, pero ciertas aventuras la hicieron quedarse, hasta el momento, cinco años más de lo que debía. Quedé bajo la tutela y cuidado entonces de mi abuelo paterno.

En mi corazón guardaba aún el ardoroso afán de amar a los de mi propia sangre, de compartir una feliz vida familiar, al lado de lo que me quedaba de familia, mi abuelo. Mas en respuesta de aquel inocente deseo, sólo obtuve desprecio. Era algo así como el humillado esclavo personal de mi abuelo, y era objeto de su entretenimiento en las tardes. Cuando se aburría iba hasta dónde estuviera para esperar que hiciese algo y bañarme en insultos e indulgencias.

-ERES UN INÚTIL, ¡BUENO PARA NADA! PÁRATE DE AHÍ Y BÚSCAME UN VASO DE AGUA, MUERO DE SED… ¡MUÉVETE!... VAYA QUE ERES UN COSTAL DE MIERDA- solía decirme entre gritos las tardes tranquilas, esas dónde cualquier otra familia tomaría café en unión. -PEDAZO INSERVIBLE DE MIERDA, ¡HAZ LO QUE TE DIGO!... BASURA- Éste era el día a día de mi grandiosa convivencia familiar, y, no les puedo negar que desde muy pequeño… lo odié profundamente.

Odiar… es una palabra muy fuerte, considero yo, quién soy sólo ahora un pobre despojo de ser, un chiste de lo que una vez fui, sombra amorfa de lo que debí ser. Los sentimientos no los creamos, nacen, crecen y abarcan la totalidad del alma, y en ocasiones, los sentimientos fuertes y oscuros nos llevan a cometer actos de impulso no premeditados. Acciones que nos marcan de por vida.

Era una tarde muy tranquila y hermosa, el silencio de mi antecedente se había extendido toda la mañana y parte de la tarde, mis días felices eran cuándo él no abría la boca para injuriar sobre mí. Bastaba con regocijarme en la paz para que apareciera a mis espaldas su semblante, su maldita presencia, su pútrida aura. Yo permanecí en silencio, nunca, nunca respondía ante lo que mi abuelo decía.

-Inservible basura infeliz, ve dónde estás sin hacer nada por esta casa y por mí. Sal a buscarte otro trabajo, en vez de quedarte allí postrado cual bosta fresca en tu tiempo libre- me dijo en una mezcolanza burlona y amenazadora, en un silencioso hincapié de resentimiento que hizo hervir mi sangre hasta casi calcinar mis venas. Quedé en silencio.

Esa noche, como de costumbre, tuve que llenar su tina para bañarse, prepararle la cena y llevársela al cuarto. No importaba el esfuerzo y el esbozo bizarro de cariño con el que intentaba hacer las cosas para gradarle, siempre debía él exaltar algún defecto para a continuación, recordarme sus más hirientes insultos.

Lo odiaba… lo odiaba profundamente, y a la vez una pesada tristeza me abatía por guardar tan rencoroso y oscuro sentimiento hacía el padre de mi padre. Pero, ¿qué podía hacer? La semilla del odio, hace años plantada, cual maleza ahora germinada cubría toda la extensión de mi alma y corazón. Y esa noche… oh, esa tranquila noche del solitario octubre… lo maté.

Obnubilado en mi rencor, burlábase el desespero del perdón, el bufón de odio reía ante el despojo del amor y los valores que alguna vez albergué. Esa noche estábamos solos mi ofuscada ira, mi abuelo y yo. Abrí con sigilo la puerta, hallábase ahí tendido sobre la tina llena de agua,  el aborto de un cariñoso abuelo, con los ojos cerrados y relajados. Su envejecido y desecho cuerpo poco pudo hacer cuando abalancé mis manos sobre su arrugado y fétido cuello, hundiendo su cabeza bajo el agua; decidiendo el sadismo del odio en mi cabeza si ahorcarlo o ahogarlo, a lo cual sabiamente escogí ambas. Su forcejeo fue totalmente inútil ante mi jovial fuerza, con la cual aplaste su maldito semblante hasta que la vida se le escapó de sus ojos, y dejó de respirar y su corazón dejó de latir. Ahogado en la tibia agua de su baño especial, que con tanta dedicación para él preparé.

Envolví en una bolsa negra el cadáver, que monté en mi carro. Me dirigí a un terreno baldío, que la ignorancia del pueblo había usado como basurero alternativo. Aunque no parecía el relleno sanitario de la ciudad, pasaba con facilidad como uno. Arrastré el sucio y maldito cadáver sin vida hasta un hervidero de buitres y cuervos, dónde lo arrojé muy encantado y satisfactoriamente. Pocos minutos bastaron para que el hambre por lo podrido despertara en estos animales de la muerte y empezaran a devorar el cuerpo de mi abuelo. Subí a mi vehículo y volví tranquilo a mi casa, en paz.

Pasaron los días en la casa que ahora me pertenecía, oh Dios mío, ¡cuánta paz sentí! Nadie preguntó por mi abuelo, sólo yo recordaba que aún seguía vivo y para ese entonces, sólo debían quedar huesos quebrantados de osteoporosis y artritis, tirados en aquel mugriento basurero sumido en desechos, donde nadie encontraría sus restos devorados por el hambre de las bestias de la muerte.

Increíblemente, los primeros días no sentí remordimiento alguno, dormía en paz y empezaba a llevar una vida más alegre y despreocupada. ¡Qué agradable tranquilidad y gozo llena mi alma! Profunda sumida en la paz que me trajo la muerte del despreciable que envenenaba mi vida. Más el débil eco lejano de la conciencia dejaba escucharse en las solitarias y tranquilas tardes que había heredado de la muerte de su abuelo. -¡patrañas!- pensó- absurda idea por mi inocencia concebida- y escondió entre regocijo de felicidad aquellas voces que empezaban de a poco a llegar.

Una noche, tan oscura como aquella en que procedí con gusto a dar muerte a mi antecesor, decidí irónicamente bañarme en la tina donde durmió en paz. Preparé un baño tibio de burbujas para darme un lujo entre mi ya perfecta vida. Sentía que nunca podía haber vivido en tanta paz, ¡oh! Cuanta excelsa, perfecta y ¿y por qué no? perpetua paz.

Desnudo me entregué al placentero tacto del agua tibia. Pasé largos minutos en mí relajada meditación hasta que entonces, escuché algo muy extraño fuera de la puerta del baño: oía una especie de susurro amortiguado, callando cada cierto momento interrumpido por intervalos de silencio secos. Decidí no prestar atención y volví a sumergirme en mi mundo de perfecta paz. Habían pasado, calculo, unos 15 minutos cuando el entrecerrar de mis ojos devalaba el sueño que empezaba apoderarse de mí, antes de que un nuevo ruido se escuchara esta vez, un golpe metálico y pesado que sonaba en seco. Dejé escapar un escalofrío que violento arañó me espalda. Intentaba convencerme de que no había oído lo que creía haber oído… pero era un sonido tan característico que era imposible confundirle con algo más: o era verdad o estaba volviéndose loco, pues el sonido del seguro de la puerta principal pasándose hasta quedar con llave, lo llevaba oyendo desde muy pequeño. La cerradura principal de la casa dónde vivía sólo, se había cerrado.

Me incorporé de repente, tomé una toalla, me seque para luego ajustarla en mi cintura, con el fin de salir a ver que había generado aquel sonido, luego de haber drenado la tina. Era imposible haberlo oído, sólo yo tenía llaves de la casa y vivía sólo. Luego comprendí el error: si la cerradura se cerró, era porque accidentalmente la había dejado abierta. ¡Qué estúpido fui! El miedo se apoderó de mí instantáneamente, pues debió haber sido algún intruso es busca de mis pertenencias. Me escabullí con cuidado en mi cuarto, cerré con seguro para colocarme mi pantalón ir a ver que encontraba. Tomé mi teléfono celular y llamé al número de emergencias y di la alerta de que alguien había entrado en mi casa, a altas horas de la noche. Luego busqué un revólver que, a pesar de viejo, aún tenía muy bien cuidado; lo cargué hasta llenarlo y me dispuse a salir a enfrentar al intruso.

Revisé primero el piso de arriba sin hacer sonido alguno en mi búsqueda; escudriñe en cada rincón, cada habitación, cada posible escondite: nada. Caí entonces en cuenta de que mi malintencionado visitante, hallábase en el piso inferior haciéndose con su botín. Apuntando de frente mi revólver empecé a bajar los escalones, uno por uno, con suma precaución para evitar ser detectado pues podía disfrutar del factor sorpresa en mi defensa. Me asomé con cuidado a la cocina, no encontré nada. Con cuidado busque en la sala, la cual encontré desierta; sólo quedaban el baño y el lavandero. Abrí con cuidado la puerta del baño, dónde solo encontré un solitario inodoro. –En el lavandero… debió haberme escuchado y fue a esconderse hasta allá- pensé, sequé mi frente y me armé de valor para dirigirme hacia el lavandero, el cuál asedié con total agilidad siempre apuntando en mi frente. -¡No se mueva o le abro a cabeza de un tiro!- grité mientras le quitaba el seguro al revólver, dispuesto a disparar sin esperar muchas explicaciones de mi asaltante. Mas sólo logré amenazar al vació de la nada, pues el lavandero estaba completamente desolado.

Era imposible. No había pasado mucho tiempo desde que oí la cerradura cerrarse. Fui hasta la puerta originaria del sonido espeluznante, y efectivamente la encontré cerrada. Lo que me llevó a sacar una nueva conclusión: el maleante había entrado para robar las llaves y luego escapó con ellas, quizás para buscar más apoyo. Estaba muy asustado, alguien había hurtado el único juego de llaves que poseía y quizás había marchado para buscar ayuda. Me encontraba marcando el número de emergencias cuando oí un golpe en madera seca -pasos- dije en voz casi imperceptible.

Sentí congelar la sangre en mis venas. Empuñé de nuevo mi arma y subí despacio; cuando estuve en el último escalón oí el gemir de una puerta que conocía muy bien. Ya había revisado el cuarto antes de bajar, pero en ese momento había oído sonar la puerta de la habitación donde solía pernoctar el viejo que desgracio mi vida. Atónito ante aquel extraño sonido me dirigí (siempre apuntando) hacia la puerta sospechosa y noté que estaba abierta en su totalidad, con las luces apagadas, cuando recordaba perfectamente hace pocos minutos haberla dejado bien cerrada después de inspeccionarla en busca del ladrón.

Sentí tan espantoso sentimiento que no pude evitar dejar escapar en un tembloroso suspiro. Intentaba quitarme a mi abuelo de la cabeza, pero muchas ideas tenebrosas empezaban a abarcar mi mente a tropeles. No había más nadie en la casa, de eso estaba completamente seguro y esa razón dejaba germinar escalofriantes concepciones en mi cabeza. ¿Podría acaso ser, la mismísima presencia de mi abuelo quién perturbaba enfermo mi noche? ¡No podía dejarme pensar eso! Sin embargo pronto entendí que no podía encontrar otra explicación: ¿Qué malhechor entra a una casa y se va sin sustraer nada? Mientras más quería que todo careciese de sentido, mas piezas encajaban en el rompecabezas.

Mi corazón se detuvo en un instante casi infartico cuando, en el pavoroso silencio de aquella tétrica noche, escuché ruidos intensos dentro de la habitación de mi difunto abuelo, como de golpes secos al azar en un caótico desorden repetitivo. En ese momento, del interior del cuarto un muy sonoro, tétrico y desalmado alarido horroroso se dejó oír cual grito de una torturada alma en pena hasta el último rincón de la casa. El espeluznante chillido desgarrador entumeció mi cuerpo mientras el helado sudor bajaba por mi cuello; me encontré temblando como una gelatina entumecida, cual sufrido de Parkinson crónico. El miedo devoró mi mente.

-Q... q... ¿quién está ahí?- pregunté despavorido, apenas pudiendo articular las últimas palabras de una conciencia razonable que buscaba huir de todo aquel misterioso horror. Seguí oyendo ruidos extraños, estaba paralizado. Por un momento todos los ruidos calmaron. Seguía aun incapaz de moverme, anclado al piso por tan recio temor.

Logré reaccionar y decidí de inmediato actuar. Al entrar y encender la luz, desee no haberlo hecho nunca.

Una gran ventana abierta de par en par dejaba pasar la luz de la noche hasta yacer al regazo del colchón de la habitación, donde unos seis o siete buitres de inmenso tamaño se hallaban postrados en la cama donde solía acostarse en vida mi abuelo, su peste delataba muerte y putrefacción. Ante mi presencia los buitres se erguieron en toda su contextura extendiendo sus alas, otros alzaron vuelo dentro de la propia habitación, emitiendo cánticos enfermos de locura y de aliento hediondo de muerte, y fue cuando las insanas aves se descontrolaron que dejaron ver el resto de la escena: cada una tenía entre sus sucias garras huesos humanos, pude distinguir huesos de la pierna, costillas, del brazo, una media columna vertebral y por último, más enfermo, mortuorio, oscuro y escalofriante, un buitre en mórbido silencio postrado en el espaldar de la cama dejó caer soberbio una amarillenta y agrietada calavera sobre la almohada, dónde una vez reposó en vida su cabeza mi difunto abuelo, mi asesinado abuelo.

Parecía una maldición. ¿Era acaso todo aquello obra del alma maldita de rencor de mi abuelo? El buitre que había permanecido en un intranquilo y enfermo silencio tuvo un acceso de demencia descontrolada que lo obligo a emitir horridos alaridos mientras batía sus alas para alzar vuelo en dirección mía. Estaba tan paralizado del miedo que no pude levantar el arma para disparar a tiempo, cuando estuve listo era muy tarde y un par de sucias garras, impregnadas en putrefacción, apuñalaron mis ojos hasta vaciarlos y arrebatarme la vista. Caí de espaldas y perdí mi revolver. El dolor era lo más horrible que había experimentado en mi vida, sólo podía sentir con horror, como tocaba las cuencas vacías de mis ojos. Gatee desesperado pero sentí incrustar profundamente otro juego de filosas garras en mi espalda, mientras sentía como si un psicópata estuviese agujereando y arrancando pedazos de carne de mis piernas. Nadie escuchó mis gritos de auxilio, ahogados entre el los gritos sádicos y desgarradores de aquellos emisarios de la misma muerte. Comían de mis órganos internos como si fuese yo el festín más jugoso que nunca hubiesen probado, o como si no hubiesen comido en meses y calmaban toda su voraz hambre en un brutal descuartizar de mi propio cuerpo.

En mi último aliento de lucha a ciegas contra estas bestias, cuando ya el dolor y la vida fluía fuera de mi cuerpo junto toda mi sangre, moví mi brazo para intentar alcanzar el arma y fui a dar con el bolsillo de mi pantalón. Ahí estaban mis llaves, hurtadas sólo por la locura en mi cabeza a raíz de todo lo que fue, el preludio de mi muerte. En el último exhalar de mi vida, cuando me entregaba al infierno de la muerte, logré oír una voz que termino de despojarme de mi alma:

-Bienvenido a la muerte, ¡gran pedazo de mierda oportunista!- Oí decir a mi abuelo antes de quedar hecho tirones deformes de carne pegada al puro hueso.


martes, 26 de abril de 2011

Un Corazón Vacío

Empiezo a explorar los campos de la escritura de cuentos cortos. Empece con "23 de diciembre" y aquí traigo un material nuevo de tipo cuento. Esta vez algo mas triste y trágico. Dedicado a los lectores de Poe y Lovecraft.



Siempre lo he tenido todo: una familia excepcional y entregada a darme lo mejor, una madre abnegada de amor, de hermosa mirada y de tiernas caricias. Tengo amigos incondicionales que llenan de felicidad invaluable mi vida. Vivo en un hermoso hogar con una posición económica muy cómoda y disfruto de mi propio vehículo. Trabajo arduamente todos los días, y casi logro sentir en mis manos mi diploma universitario. Gozo del aliento de la juventud en su total plenitud, toco en una banda de Rock N’ Roll, ¡amo con locura la música y ella me llena como nada! Bien puedo tener a la orden de mi deseo la ingle inquieta de alguna Afrodita en busca de amor, aunque malgastase el  mío en una caricia desesperada. Lo tengo todo, una vida perfecta.

Paso mis fines de semana tocando y saliendo con mis amigos. Nunca tuve prejuicios con las drogas, de hecho, siempre amé beber alcohol, par de cigarros y fumar cannabis muy a menudo. Me llenaba de satisfacción hacer lo correcto, y disfrutaba como nadie lo “incorrecto” (visto desde un punto de vista social). Los excesos nunca intervinieron en mi trabajo o estudios, mi vida tenía un equilibrio perfecto entre diversión y responsabilidades. Tenía, repito, una vida perfecta, una que cualquiera envidiaría.

Sí… tenía una vida perfecta, pero cada momento, cada segundo en mi cabeza, el ruidoso llanto de la amargura irrumpía en mi felicidad. Cada día era más hermoso que el anterior, más vivo que el ayer y sin embargo, la tristeza envenenaba mi corazón, y casi podía sentir como se pudría lentamente en vida, latiendo con dificultad. Me inventaba excusas para dejar de sufrir, pero hacía ya mucho tiempo que mi guitarra había olvidado como calmar mis penas. Pasaba días al fuego de la brasa del alcohol, y en la psicodelia del cannabis. Me medique amistad, bebí del amor y me inundé de éxitos. Pero nada, nada logró calmar mi corazón, ardiendo en ferviente tormento.

Sólo delirio hallé en mi cabeza, buscando encontrar la solución. “¿Por qué? ¿Por qué me abrumo en tanto sufrir, si todo lo tengo?” pregunté sumido en desespero a la nada dentro de mi cabeza… y sólo el eco del silencio me respondió. Oigo en ocasiones muy seguidas, voces en mi cabeza que en tortuoso tormento me gritan y se burlan una y otra vez, manejando a su antojo mis emociones, vomitando injurias en mi corazón… ¡tendido de rodillas al capricho de la desdicha! que mórbida y despiadada ultraja mi alma.

¿Qué he hecho? ¿Qué mal he obrado para merecerme tanto sufrir? Oscura maldición, sangriento estigma en mi corazón. De tanto luchar conmigo mismo y pelear con la tortura, en desesperado intento de hallar tregua a tan profundo dolor, hace días ya que la razón tiró la toalla y se marchó, derrotada por el incomprensible sadismo de esta pena que sólo me hunde mas en melancolía.

La jeringa a mi lado ensangrentada, me libertó de mi dolor. El veneno carcome ya mis venas mientras escribo esta carta; pronto el llanto de mi dolor cesará por fin, y nunca más volveré a sufrir. Disculpen mi egoísmo por marcharme, pero su dolor será pasajero y vivirán felizmente en la dicha, sin la condena de sufrir como yo sufrí en vida. Siempre lo tuve todo, una vida perfecta… pero este oscuro vacío en mi corazón ennegreció mi alma, y la locura violó mi razón. Atrapado en esta tortuosa maraña, en la muerte buscaré la razón.

Hasta luego, si en la muerte te vuelvo a ver. En el centro de mi dolorosa locura, con fervor te amé.


lunes, 3 de enero de 2011

Una Nueva Realidad

Pasamos la vida a veces creyendo ciegamente en lo que nos rodea, y en quienes nos rodean. Cuan frío, crudo, !y necesario! es despertar y darnos cuenta de que las cosas no eran como creíamos. Sólo hay que aceptar esta nueva realidad y hacernos más fuerte con ésta.

Escucha atento mi voz
Por nombre llevo “realidad”
Entre mis armas llevo
Frialdad, dolor y verdad

Bajo un manto inocente
Toda tu vida pasó
Hoy una crudeza indolente
Tú realidad desgarró

Por amaneceres, traición
Por besos la decepción
Regala abrazos la desilusión,
y el dolor te dedica su canción

Lazos quebrados por la avaricia
Errores buscando el perdón
Con quien contabas, hoy le acarician
Vanidad, soberbia y rencor

Oye mi canto, sigue adelante
abraza tu Nueva realidad
Levanta hoy tu estandarte
De orgullo y tenacidad